martes, 31 de mayo de 2016

Con una pequeña ayuda de mis vecinos...

Desde hace muchos años se festeja el 11 de junio, el Día del Vecino, fecha elegida para conmemorar el aniversario de la segunda fundación de la Ciudad de Buenos Aires.
La idea surgió de Romeo Raffo Bontá, quien desde la Asociación Vecinal Villa del Parque promovió este festejo, invitando a la participación activa de todos los miembros de la comunidad, al trabajo en equipo y a la difusión de las entidades barriales, cualquiera sea su objetivo: institucional, artístico, mutual, deportivo, etc.
En el año 1959 el gobierno de la ciudad estableció esta fecha como Día del Vecino, y desde entonces tiene un alcance a nivel nacional. Posteriormente, en 1990 se instituyó por decreto llamándolo “Día del Vecino Participativo”, con el propósito de promover y difundir el trabajo entre las organizaciones barriales, los vecinos y el Estado. 
Luego de los primeros años de vida, el núcleo familiar formado por padres y hermanos no es suficiente para nuestro crecimiento, es donde comienzan a gestarse las amistades con otros niños, que suelen ser los de la casa de al lado, o la de enfrente o la de la esquina. Esto ocurre incluso en esta época, en que las mujeres trabajan fuera de su casa y los niños son llevados a la guardería maternal o al jardín de infantes, donde empiezan a desarrollar un rol social, donde cada niño invita a su compañerito a jugar en su casa porque, en general, son vecinos del barrio. Este inicio logra conectar a sus propios padres con los de los otros niños, generándose entre éstos amistades duraderas.
Hace muchos años, cuando una familia se mudaba a un lugar en el cual no conocía a nadie, era prioridad ir a presentarse llevando una torta, o mantecados, o buñuelos. En la mayoría de los casos, este gesto era retribuido sellando así un acuerdo tácito de ayuda mutua.
Aún se mantiene en algunos pueblos de provincias, o en localidades de casas bajas pero, en las ciudades, con edificios de muchos pisos, resulta imposible continuar con este hábito y pasan meses y hasta años hasta que se conocen entre sí los habitantes de las otras unidades salvo, en el momento de las reuniones de consorcio en las que rara vez todos los concurrentes están de acuerdo.
No obstante la vertiginosidad de la vida moderna, todos sabemos que si tenemos algún problema doméstico o de salud, antes de llamar a familiares y/o amigos, recurrimos a quienes están más cerca nuestro que son los vecinos, y en la mayoría de los casos, son éstos quienes nos socorren primero.
Hay muchos casos en que algunos de esos vecinos labran una amistad, es un estado ideal pero no se da siempre, sin embargo, aunque no exista un vínculo fuerte el solo hecho de la cercanía nos compromete a todos a darle una mano al vecino que se encuentra en apuros.
Por supuesto, hay situaciones tan difíciles de tolerar que generan enemistades, cuando esto sucede, el recuperar la relación cordial se hace casi imposible, porque tendemos a “ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro”.
La sociedad en que vivimos, con sus exigencias consumistas, nos conduce a auto-presionarnos para ganar más, para tener la ropa y el calzado de moda, para cambiar el auto, el televisor y el teléfono celular, año tras año. Creemos que esta carrera por objetos materiales nos lleva a vivir mejor o a ser más felices, pero es en realidad una falacia que nos ha borrado la capacidad de empatía, de ponernos en el lugar del otro. Así, justificamos nuestro individualismo, nuestras actitudes egoístas y nuestros comportamientos de “sálvese quien pueda”. Esto nos deja poca o nula capacidad de tolerancia.
Hay ciertas reglas de oro que todos deberíamos cumplir para una mejor convivencia y que conocemos sin necesidad de hacer un curso. La primera y más importante es recordar cada día que: “Mi derecho se termina donde empieza el de los demás”, este concepto muy escuchado no se lleva a la práctica y constituye un atropello que va desde mínimas actitudes de invasión, hasta el marcar territorio con actitudes patoteriles.
Otro de los derechos de nuestros vecinos que es preciso respetar, es la privacidad. El otro tiene derecho a planificar y programar acciones en su tiempo libre que no deben ser interrumpidas abusando de la cercanía, el: “vi luz y entré” es un asedio sin la menor consideración a las actividades que nuestro vecino tiene planeadas.
La tercera y definitoria es la solidaridad, se podría decir que la solidaridad es el abece de la vecindad. La solidaridad implica apoyo, ayuda desinteresada, protección a los más vulnerables.
Hay instituciones específicas que han surgido de la buena vecindad como los Bomberos Voluntarios o la Cruz Roja, que se brindan a los demás con gran altruismo e incluso, en muchos casos, haciendo peligrar sus vidas.

Cuando errores humanos dan lugar a incendios involuntarios, cuando los fenómenos climáticos nos golpean con catástrofes naturales como inundaciones, maremotos, terremotos, tsunamis, etc. es cuando la solidaridad se convierte en protagonista y entendemos que solos no podemos defendernos de esos flagelos pero con la ayuda de nuestros vecinos, sean del barrio, de otros pueblos, o de otros paises, estamos en condiciones de enfrentarlos y salir adelante porque parafraseando la letra de uno de los temas de The Beatles: “con una pequeña ayuda de mis vecinos, lo lograré”.