domingo, 13 de agosto de 2017

Para muestra: ¿Con un botón basta?

La competencia de los medios de comunicación, sean estos gráficos, radiales, televisivos o provenientes de las redes sociales, ha llevado a esta sociedad a recibir, en forma diaria, una catarata de malas noticias. Pareciera que la bondad, el buen trato, la cultura del trabajo y los esfuerzos que realiza la gente estudiando para superarse a sí misma y tener mejores empleos, no resultan interesantes para difundir.
Esto se agrava actualmente por la cantidad de canales, radios, revistas y redes sociales que se multiplican cada vez más, atosigándonos desde distintos ámbitos.
Nadie niega que la violencia de género es un flagelo que existió siempre pero  hoy en día aumentó exponencialmente, en parte, por la insistencia de los medios en repetirlas. Además, el avance innegable de la mujer en la sociedad se produjo con tanta celeridad que los hombres, en especial los menos preparados, lo viven como un peligro del que es imprescindible defenderse.
Pensemos en el siglo XIX, se viajaba en carretas tiradas por bueyes por lo cual los traslados eran muy lentos. No existían ni el teléfono, ni la radio, ni la televisión, ni internet. No se podía grabar sonido, no existían los discos y la gente concurría a los conciertos en vivo, donde todos los instrumentos eran acústicos. Los entretenimientos estaban dados por la música, la lectura, la plástica y el teatro.
Todos los cambios se ocurrieron en cien años, a tal punto que, si le preguntáramos a algún niño menor de diez años, no podría imaginarse a una sociedad vivía sin computadoras, tablets, celulares, etc.
La vida cotidiana se transformó en un torbellino y la necesidad de responder a los estímulos que se nos presentan nos obliga a vivir estresados.
El estrés modifica nuestro humor, nos exigimos rendir más de lo que deberíamos, los médicos nos aconsejan descansar, dormir ocho horas y ellos hacen guardias de treinta y seis. La multiplicidad de funciones de los teléfonos celulares hace que las personas caminen por la calle, viajen en colectivo, subte o tren con la vista fija en la pantalla del pequeño adminículo que se ha convertido en nuestro dictador personal. Incluso vemos a diario personas que utilizan el teléfono mientras manejan.
Las comidas familiares han perdido la sobremesa, cada vez dialogan menos porque sus miembros están enviando o contestando mensajes.  Así vamos, inevitablemente, camino al autismo.
Si bien las noticias funestas deben ser dadas a conocer a la población, deberían comunicarse con la misma tenacidad las buenas, las que nos completan la realidad porque si bien la violencia de género existe, también existe el amor entre parejas. Hay pedófilos y también padres que se brindan a sus hijos con devoción. Hay corrupción en los políticos y también gente honrada y honesta que se entrega a la política con la intención de mejorar las cosas que andan mal. Hay gente que te atropella por la vereda pero también gente que pide disculpas y, finalmente, hay muchos carteristas, estafadores y ladrones y muchas más personas que tienen en claro no quedarse con lo que no les pertenece.
Creo que tendríamos que ampliar nuestra visión porque pareciera que estamos programados para registrar lo negativo en todos los órdenes. Un comediante dijo por televisión “estoy cansado de que me digan que se perdió un anciano con alzheimer pero que no me cuenten de cuando lo encontraron”.
Hay gente que trabaja ad-honorem atendiendo el teléfono en atención al suicida, hay mujeres que tejen muñequitos para los niños con enfermedades graves internados en hospitales públicos, y también hombres y mujeres que les leen a los ciegos. Y otra enorme cantidad de actividades que realizan personas con el solo propósito de ayudar a quien lo necesita.
El martes 25 de julio pasado, caminando muy rápido por la calle Federico Lacroze a la altura de Alvarez Thomas, de pronto me doy cuenta de que no tengo la cartera que llevaba en bandolera. Tenía poco dinero pero todos los documentos, tarjetas, agenda, teléfono y muchos papelitos, con recordatorios para mí, que escribo en el momento y no podría rehacer. Mi primer pensamiento fue “me la robaron”, volví sobre mis pasos porque de todos modos no tenía ni la Sube, así que debía volver a mi casa. Luego de hacer media cuadra tan rápido como antes veo a un señor que me hace señas y detrás de este, un muchacho con mi cartera en alto y la correa colgando, no me habían robado, se me había caído.
El primero me dijo: “vi cuando se le cayó pero iba tan apurada que cruzó antes de que pudiera avisarle”. El que estaba más atrás, enarbolando mi cartera de la cual colgaba la manija que se había soltado de un lado, me dijo: “justo iba a abrirla para ver si había algún teléfono donde llamar”, quedé sorprendida y me deshice en dar las gracias.
Existe la gente buena, honrada y solidaria y son mayoría.




Publicada en Revista Aquende Agosto de 2017

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