miércoles, 1 de abril de 2015

¿Quien le teme al best-seller?


Oliverio Girondo en sus "membretes" dijo que: "un libro debe construirse como un reloj y venderse como un salchichón." Para demostrar su teoría se comprometió a vender su libro -Espantapájaros- con una campaña publicitaria. Alquiló un local en la calle Florida al que llenó con los 5.000 ejemplares de su libro. Contrató jóvenes bonitas que, con atuendos llamativos, atraían a los transeúntes y, no conforme con esto, paseó un espantapájaros en una carroza fúnebre por toda la ciudad. En un mes vendió los 5.000 ejemplares. Un best-seller: el más vendedor. 
La mayor o menor cantidad de ventas de un libro está ligada a diversos factores: publicidad, moda, intereses del momento, en fin, todo aquello que hace a las necesidades de mercado.
La calidad literaria o de escritura -en libros de no ficción- no está ligada a las ventas y así encontramos que fueron y siguen siendo best-sellers: La Biblia, El Libro de la Petrona C. de Gandulfo, las novelas rosas de Corín Tellado, El Principito de Saint Exupèry y muchos más.
Estos títulos, prima facie, muestran disparidad, tanto en la temática como en los estilos. No es posible hacer una regla, el único patrón que los une es la gran cantidad de ventas.
Tanto Harold Robbins como Stephen King, son escritores cuyos libros se han agotado a poco de salir a la venta. Y, en tanto Robbins es un escritor superficial que se atiene a una receta de éxito, King es un escritor excelente con una capacidad inusual para la fábula.
Sin embargo, con frecuencia se utiliza el concepto de best-sellerismo para descalificar. 
Un escritor que vende logra reconocimiento y poder económico. Por lo tanto es blanco de envidias mal disimuladas.
Muchos malos escritores se ufanan de ser escritores "para pocos", como si eso de por sí, involucrara calidad.
Así ocurre con los lectores seudo intelectuales. Los que vemos en el subte con un libro de Roland Barthés, Michel Foucault o cualquier otro autor que (sin juzgar aquí sus valores intrínsecos), por caprichos de la moda se convierten en "el escritor que hay que leer". Esta imposición encierra un sentido de pertenencia a la cofradía y esto nos remite a la historia del manto invisible que todos veían para evitar ser criticados por falta de inteligencia.
Los medios de comunicación, tan avanzados en el aspecto tecnológico, no son utilizados para desarrollar el propio criterio. Por el contrario propenden a la masividad.
Así, perdemos la posibilidad de enfrentarnos con el libro que tenemos delante, sin preconceptos de best-sellerismo.
La lectura de un libro es un viaje individual y el crecimiento está dado por la libertad con que trepemos a la ruta imaginaria de la aventura del pensamiento.

Publicado en Revista Aquende en Abril 2015

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