Oliverio Girondo en sus "membretes"
dijo que: "un libro debe construirse como un reloj y venderse
como un salchichón." Para demostrar su teoría se comprometió
a vender su libro -Espantapájaros- con una campaña publicitaria.
Alquiló un local en la calle Florida al que llenó con los 5.000
ejemplares de su libro. Contrató jóvenes bonitas que, con atuendos
llamativos, atraían a los transeúntes y, no conforme con esto,
paseó un espantapájaros en una carroza fúnebre por toda la ciudad.
En un mes vendió los 5.000 ejemplares. Un best-seller: el más
vendedor.
La mayor o menor cantidad de ventas de un libro está
ligada a diversos factores: publicidad, moda, intereses del momento,
en fin, todo aquello que hace a las necesidades de mercado.
La
calidad literaria o de escritura -en libros de no ficción- no está
ligada a las ventas y así encontramos que fueron y siguen siendo
best-sellers: La Biblia, El Libro de la Petrona C. de Gandulfo, las
novelas rosas de Corín Tellado, El Principito de Saint Exupèry y
muchos más.
Estos títulos, prima facie, muestran disparidad,
tanto en la temática como en los estilos. No es posible hacer una
regla, el único patrón que los une es la gran cantidad de
ventas.
Tanto Harold Robbins como Stephen King, son escritores
cuyos libros se han agotado a poco de salir a la venta. Y, en tanto
Robbins es un escritor superficial que se atiene a una receta de
éxito, King es un escritor excelente con una capacidad inusual para
la fábula.
Sin embargo, con frecuencia se utiliza el concepto de
best-sellerismo para descalificar.
Un escritor que vende logra
reconocimiento y poder económico. Por lo tanto es blanco de envidias
mal disimuladas.
Muchos malos escritores se ufanan de ser
escritores "para pocos", como si eso de por sí,
involucrara calidad.
Así ocurre con los lectores seudo
intelectuales. Los que vemos en el subte con un libro de Roland
Barthés, Michel Foucault o cualquier otro autor que (sin juzgar aquí
sus valores intrínsecos), por caprichos de la moda se convierten en
"el escritor que hay que leer". Esta imposición encierra
un sentido de pertenencia a la cofradía y esto nos remite a la
historia del manto invisible que todos veían para evitar ser
criticados por falta de inteligencia.
Los medios de comunicación,
tan avanzados en el aspecto tecnológico, no son utilizados para
desarrollar el propio criterio. Por el contrario propenden a la
masividad.
Así, perdemos la posibilidad de enfrentarnos con el
libro que tenemos delante, sin preconceptos de best-sellerismo.
La
lectura de un libro es un viaje individual y el crecimiento está
dado por la libertad con que trepemos a la ruta imaginaria de la
aventura del pensamiento.
Publicado en Revista Aquende en Abril 2015
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