La
competencia de los medios de comunicación, sean estos gráficos, radiales,
televisivos o provenientes de las redes sociales, ha llevado a esta sociedad a
recibir, en forma diaria, una catarata de malas noticias. Pareciera que la
bondad, el buen trato, la cultura del trabajo y los esfuerzos que realiza la
gente estudiando para superarse a sí misma y tener mejores empleos, no resultan
interesantes para difundir.
Esto
se agrava actualmente por la cantidad de canales, radios, revistas y redes
sociales que se multiplican cada vez más, atosigándonos desde distintos
ámbitos.
Nadie
niega que la violencia de género es un flagelo que existió siempre pero hoy en día aumentó exponencialmente, en parte,
por la insistencia de los medios en repetirlas. Además, el avance innegable de
la mujer en la sociedad se produjo con tanta celeridad que los hombres, en
especial los menos preparados, lo viven como un peligro del que es
imprescindible defenderse.
Pensemos
en el siglo XIX, se viajaba en carretas tiradas por bueyes por lo cual los
traslados eran muy lentos. No existían ni el teléfono, ni la radio, ni la
televisión, ni internet. No se podía grabar sonido, no existían los discos y la
gente concurría a los conciertos en vivo, donde todos los instrumentos eran
acústicos. Los entretenimientos estaban dados por la música, la lectura, la
plástica y el teatro.
Todos
los cambios se ocurrieron en cien años, a tal punto que, si le preguntáramos a
algún niño menor de diez años, no podría imaginarse a una sociedad vivía sin
computadoras, tablets, celulares, etc.
La
vida cotidiana se transformó en un torbellino y la necesidad de responder a los
estímulos que se nos presentan nos obliga a vivir estresados.
El
estrés modifica nuestro humor, nos exigimos rendir más de lo que deberíamos,
los médicos nos aconsejan descansar, dormir ocho horas y ellos hacen guardias
de treinta y seis. La multiplicidad de funciones de los teléfonos celulares
hace que las personas caminen por la calle, viajen en colectivo, subte o tren
con la vista fija en la pantalla del pequeño adminículo que se ha convertido en
nuestro dictador personal. Incluso vemos a diario personas que utilizan el
teléfono mientras manejan.
Las
comidas familiares han perdido la sobremesa, cada vez dialogan menos porque sus
miembros están enviando o contestando mensajes.
Así vamos, inevitablemente, camino al autismo.
Si
bien las noticias funestas deben ser dadas a conocer a la población, deberían
comunicarse con la misma tenacidad las buenas, las que nos completan la
realidad porque si bien la violencia de género existe, también existe el amor
entre parejas. Hay pedófilos y también padres que se brindan a sus hijos con
devoción. Hay corrupción en los políticos y también gente honrada y honesta que
se entrega a la política con la intención de mejorar las cosas que andan mal.
Hay gente que te atropella por la vereda pero también gente que pide disculpas
y, finalmente, hay muchos carteristas, estafadores y ladrones y muchas más
personas que tienen en claro no quedarse con lo que no les pertenece.
Creo
que tendríamos que ampliar nuestra visión porque pareciera que estamos
programados para registrar lo negativo en todos los órdenes. Un comediante dijo
por televisión “estoy cansado de que me digan que se perdió un anciano con
alzheimer pero que no me cuenten de cuando lo encontraron”.
Hay
gente que trabaja ad-honorem atendiendo el teléfono en atención al suicida, hay
mujeres que tejen muñequitos para los niños con enfermedades graves internados
en hospitales públicos, y también hombres y mujeres que les leen a los ciegos.
Y otra enorme cantidad de actividades que realizan personas con el solo
propósito de ayudar a quien lo necesita.
El
martes 25 de julio pasado, caminando muy rápido por la calle Federico Lacroze a
la altura de Alvarez Thomas, de pronto me doy cuenta de que no tengo la cartera
que llevaba en bandolera. Tenía poco dinero pero todos los documentos,
tarjetas, agenda, teléfono y muchos papelitos, con recordatorios para mí, que
escribo en el momento y no podría rehacer. Mi primer pensamiento fue “me la
robaron”, volví sobre mis pasos porque de todos modos no tenía ni la Sube, así
que debía volver a mi casa. Luego de hacer media cuadra tan rápido como antes
veo a un señor que me hace señas y detrás de este, un muchacho con mi cartera
en alto y la correa colgando, no me habían robado, se me había caído.
El
primero me dijo: “vi cuando se le cayó pero iba tan apurada que cruzó antes de
que pudiera avisarle”. El que estaba más atrás, enarbolando mi cartera de la
cual colgaba la manija que se había soltado de un lado, me dijo: “justo iba a
abrirla para ver si había algún teléfono donde llamar”, quedé sorprendida y me
deshice en dar las gracias.
Existe
la gente buena, honrada y solidaria y son mayoría.
Publicada en Revista Aquende Agosto de 2017
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