En
el idioma griego el término dialéctica está formado por dos vocablos:
dialektiké y téchne, que significan en un sentido literal “técnica de la
conversación”. Este concepto da lugar a una rama de la filosofía del mismo
nombre. Heráclito, Platón, Hegel hasta llegar a Adorno en nuestros días, han
reflexionado sobre esta forma de diálogo que propicia un ahondamiento
conceptual, enriquece el espectro del conocimiento y nos abre nuevas maneras de
ver un mismo hecho, agudizando la inteligencia de las dos o más personas que
ejerzan esta práctica.
El
propósito de esta nota no es filosófico sino mucho más modesto e intenta desentrañar
por qué en la actualidad, esa técnica de cambiar opiniones argumentando se
convirtió en un nudo conflictivo debido a una incapacidad de escuchar al otro y
de la necesidad de imponerle nuestras opiniones como si sólo hubiera un camino
para llegar al saber.
En
el intercambio de ideas, resultan muy útiles: la tesis o exposición del
pensamiento de una persona a otra. Ésta, a su vez, presenta la suya, contraria
y cuestionadora de la anterior, es
decir, la antítesis. De estas argumentaciones se arriba a una tercera posición
que es la síntesis, la que no implica ni ganadores ni perdedores por cuanto el objetivo
es el análisis y la satisfacción personal consiste en la calidad de la
exposición. Por otro lado, la síntesis, una vez alcanzada, se convierte en tesis y el ciclo comienza
nuevamente.
Hoy
en día, nos hemos olvidado de cómo conversar, no sólo de la técnica sino del
intercambio en sí mismo. Así, cada vez que dos personas se encuentran --si
sostienen diferentes puntos de vista—
ocurren dos cosas: o se soslaya el tema para evitar una discusión o cada uno se ocupa de imponerse al otro, sin validaciones
de lo que se expresa y esgrimiendo como única herramienta el insulto personal,
la descalificación, la burla y la ridiculización.
Suele
suceder que el más agresivo, y no el más inteligente, es quien se queda con la
última palabra y el otro voltea el Rey porque no encuentra incentivo en continuar
con el giro que ha tomado la supuesta conversación.
Esto
se ve claramente en los programas radiales y televisivos, en los cuales el
meollo es criticar socarronamente cuanto se dijo en el programa anterior,
posterior o de otro canal.
Los
productores han encontrado una fórmula exitosa para llenar el espacio de sus emisiones
que consiste en mostrar las peleas (reales o inventadas al efecto) de las
vedettes y/o los conflictos matrimoniales de los famosos. Todo esto se adereza
incluyendo extractos de pequeñas escenas, gags y, sobre todo, furcios de los
otros programas y con esto quedan eximidos de crear propuestas originales y/o
divertidas que capten la atención de los espectadores en tanto se llenan los
bolsillos de dinero y los egos con éxitos aparentes.
No
resulta fácil proponer una salida a esta mediocridad generalizada que nos
venden con palabras grandilocuentes sazonadas con términos mal traducidos del
inglés, y la impotencia por el no aporte estriba en que esa falta total de
diálogo y estímulo intelectual existe porque esas transmisiones tienen rating,
hay mucha gente que enciende el televisor creyendo ingenuamente que con esos
programas combate la alienación en la que esta sociedad nos hunde cada vez más.
Es
muy cómodo tirarse en un sillón y recibir desde el televisor datos que no nos
tomamos el trabajo de procesar, pero nuestro cerebro se deteriora, se
acostumbra a la comida de lata y esto se lo estamos heredando a las
generaciones venideras. Cada niño que nace puede ser un nuevo Einstein, otra
Madame Curie, un John Connor que vuelva del futuro para salvarnos del imperio de
las máquinas, es decir, tiene la potencialidad pero si no le desarrollamos la
capacidad de pensar por sí mismo, si no le enseñamos a afilar la herramienta
del pensamiento que está en él, esa posibilidad decrece paulatinamente y
llegaremos nuevamente a comer bananas colgados de los árboles, claro está si
aún existen árboles.
Difícil
no es imposible, se trata de resistirse a la chatura televisiva y radial, y
reencontrarse con el café entre amigos, dejar de considerar que si el otro
piensa distinto, es nuestro enemigo. Recuperar el disenso, volver a escuchar y
dejar de oir. Quizás... hasta cambiemos de idea... ¿Por qué no?
Publicado en Anuario AVATARES noviembre 2014
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